Iba
a terminar noviembre y no había soñado. Iba a terminar noviembre y a punto
estaba cuando soñé dos veces. La primera, sentado en el sillón que de tan bajo que es no hemos atinado a comprar una mesa para hacerle compañía.
Estaba sentado, decía, con el peso del mundo en las piernas, hosco, la ventana
del balcón abierta, entonces soñé con abrir la boca, tan grande, que pudiera
decir Ven conmigo. No abrí la boca, no tendría caso. Escribí en cambio
un poco, como una burla para mí mismo, y el esfuerzo no hizo daño a nadie. La segunda vez
estaba dormido y en el sueño parecía feliz. Todo era ruinas, paredes, techos,
blancura que llegaba junto a la tarde. Soñé. Era feliz de ver a una mujer
quedarse, en blanco y negro, como la fotografía.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
lunes, 24 de octubre de 2011
Correr
Salí
a correr y era de noche. Más noche que antes, cuando también corría, esperando
y sin decir palabra. Entonces me dolían las piernas, las rodillas, y paraba. A
esa hora empezaba a amanecer, pero no hacía tanto frío como ahora. Corría
esperando mientras empezaba a amanecer. Hoy salí a correr y era de noche. No
estaba solo. Y la noche se sostuvo a lo largo del camino. Hoy corrí hacia la
noche, sin pensar que nada estaba esperando. Hacia dónde corremos, qué dirección
llevamos. Todos vamos caminando, pero correr es también ir de prisa. Hacia qué
parte andamos tan rápidamente. Entonces corría esperando, con tanta prisa. Hoy
salí a correr. Era de noche. Seguí corriendo hacia la nada.
lunes, 17 de octubre de 2011
Ha ocurrido un milagro
He
ido al teatro. La fila a la entrada era larga. Hacía frío. Quien está ahora de
pie, ahí, junto al zaguán, esperando que la fila avance, no sabe, no podría
saber, qué cosa a punto de suceder lo aguarda al otro lado de la puerta,
pues puerta es la que se abre ahora hacia un pasillo, y de ahí a una sala que
es a la vez escenario y graderío. Hay una mesa de madera larga, dos paredes,
una viga que cuelga del techo y sostiene cinco o seis bombillas que penden
sobre el escenario. Qué manos agitarán las cuerdas, qué vaivén mecerá estos
cuerpos, qué explosión romperá las junturas de clavos y maderas. Y todo esto,
podrá preguntársenos, tiene un nombre. Basta mirar el programa que nos ha sido
repartido a la entrada. Tiene, Le sang
des promesses. Tiene, Incendios,
Wajdi Mouawad. Tiene palabras, como esta, océano. Como esta otra, polígono.
Tiene nombre, Nawal. Tiene apellido, Marwan.
Hay un testamento, pues ésta es
también una obra de voluntades. Una obra de verdades que no pueden ser dichas
si no son reveladas. Una obra sobre la amistad de dos mujeres, sobre el
amor de una mujer y un hombre. Una obra sobre una promesa. Una
obra sobre una madre y sus dos hijos gemelos. Una obra acerca del
terror de la guerra. Y es más que todo esto. Un viaje, se podría decir, porque
es verdad que en ella viajamos de un lugar a otro, de un tiempo a otro tiempo. Y
es también un viaje distinto, un viaje al interior de cada uno de nosotros, que
somos madre, hermano, amigo, padre, abuelo, hijo al mismo tiempo. En este ir y
venir, en este andar entre lo que es y lo que somos, entre lo que imaginamos y
lo que sentimos mientras estos personajes hablan, en esta alegría o esta
tristeza que nos está siendo revelada mientras vamos dejando de existir como
hasta ahora hemos existido, en todas estas cosas está el teatro. Está en las
lágrimas de sus actores, que aquí han sido contados hasta ocho, y todos han
sabido estremecer tan profunda y humanamente que ninguna flor, así acostumbrada
a ser lanzada en estas ocasiones, sabría agradecerles su trabajo. Aquí ha
sucedido algo excepcional, un corazón ha hablado al oído de otro corazón. Ha ocurrido un milagro, pensé, aquí ha ocurrido un milagro.
viernes, 14 de octubre de 2011
Ahora mientras llora
No tiene nombre, sus manos trabajan y giran y se aferran.
Sonríe tímidamente y cruza las piernas, abraza la taza que tiene entre las
manos y mira por encima del borde con ojos tan abiertos. Llora. Quisiera
tomarle la mano mientras llora, ahora mientras llora y se limpia las lágrimas
con las yemas de los dedos, ahora mientras parpadea, mientras un suave temblor
le acaricia las piernas. Quisiera saber si su mano abrazaría la mía, por unos
segundos, ciegamente, de la misma manera en que abrazaría la mano de un hombre
que llora con ella.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Chez le Roi de Pologne
Traje los cuadros. Sé que decirlo es mentira, porque el
primero estaba aquí desde el comienzo, Nada puede contener todo el sol en las
banderas de la primavera invencible, Canto
general, X. El fugitivo, XII, sería un tonto de capirote si no recordara
las imitaciones y las fotografías y los barcos y sus mujeres. El segundo cuadro
tiene tres hombres mirando al cielo que empieza a derramar la lluvia, un
rompecabezas que no es una litografía, Joan Miró, Chez le Roi de Pologne, 1966. Si alguien estuviera aquí, ahora,
sosteniendo entre sus manos la taza blanca, me gustaría decirle que en 1896
Alfred Jarry estrenó su Ubu Roi, que
la obra fue cancelada inmediatamente después de los disturbios ocasionados
durante la primera función, merdre, que exactamente setenta años después,
Miró compuso la serie de litografías Suites
pour Ubu Roi, donde aparece la ya citada Chez le roi de Pologne, pero el cuadro es otro, y para terminar
este rompecabezas hubo que buscar arduamente la última pieza entre los sillones
de la misma sala donde me sentaba a leerle las historias del ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha a mi prima, y sus ojos permanecían abiertos mientras
escuchaba, sin entender una palabra, escuchaba con los ojos abiertos, sentada en mi regazo, apoyando su cabeza contra mi pecho. El tercer cuadro aún no
llega, y nada tiene que ver con todo lo que hasta aquí ha sido dicho, es una
fotografía de las manos de una mujer bañadas por el agua de un grifo. La
fotografía es mía. Las manos siempre estuvieron cerca, hasta que un día
desaparecieron.
lunes, 26 de septiembre de 2011
De cerrar la vida
Me
duele que no haya nadie, haber guardado las fotografías, saber lo que
pedí, con lágrimas en los ojos, hace mucho tiempo. Me duele que pedir nunca
fuera suficiente. Me duelen las nubes porque repiten el mismo nombre. Me duele
estar despierto, pensar que haya dicho todo en silencio, no saber por qué fue
tan distinto. Me duele la distancia de las cosas. Me duele escuchar decir Aquí,
porque el lugar no está en el nombre, porque el dolor está en el cuerpo. Me
duele que ya nadie sienta el rencor, porque todo está bien, porque todo está
bien ahora, aunque todavía nos duela el olvido. Me duele, porque vine a decir que estoy solo y no puedo fumar porque se acabaron los cigarros y no voy a salir a media noche porque hay automóviles que cruzan rápidos las avenidas y estoy cansado, y porque puede ser también que de salir a buscar cigarros me decida a no volver y entonces dejaría de pensar que me duele el cuerpo cada vez que imagino que los muertos no están muertos y que podemos amarlos para siempre aunque no podamos mirarlos, porque están aquí, en cualquier calle, puede ser incluso la misma calle, y dan señales y dejan palabras marcadas, pero no podemos tocarlos, ni besarles la frente ni las manos, los muertos no hablan con nosotros. Porque todo esto puedo pensar, y decir que no estoy hablando de la muerte, sino de cerrar la vida, porque vivos estamos, como ayer, pero hace mucho tiempo que dejamos de buscarnos, por todo esto prefiero quedarme y escribir que me duelen las nubes, y que nunca sabré sus razones.
jueves, 22 de septiembre de 2011
Te voy a contar
Te
voy a contar.
El
sol es un rojo,
hay
sombras de nenúfares,
y
todas las palabras,
hasta
el fin de los tiempos.
miércoles, 21 de septiembre de 2011
Si pudiera decir lo debido
Qué
debiera decir si todo pudiera ser dicho en pequeñas memorias de hechos que no
sucedieron, si la vida estuviera en otra parte, si el tiempo fuese lo que guardáramos
para más tarde. Qué debiera decir si pudiera decir todo aquello que ya ha sido
dicho, brevemente, al oído del hombre que llora, a la cintura de la mujer que
cocina, a los pies de la mujer mientras duerme. Si pudiera decir algo, tan sólo
algunas palabras, formas breves como el recuerdo, si pudiera atarme a la idea
de estar diciendo algo parecido al olvido del nombre de las cosas, si pudiera
decir lo debido, entonces repetiría su nombre, como si de repetir una nube se
tratara.
Te habría gustado la casa
Te
habría gustado la casa, sus paredes blancas, sus libros mezclados con los
tuyos. Te habrían gustado los pies negros de pasearse por la alfombra, la
música y las ventanas. Te habría gustado la señora que ha venido a la puerta
preguntando tu nombre, el frío colándose por los cristales, el pequeño elevador
y la vista de la ciudad desde las últimas escaleras. No habrías puesto atención
al infeliz azulejo del cuarto de baño. Habrías pedido más puertas ahí donde
sólo hay repisas. Te habría gustado el pequeño balcón que da a la calle y a
otras ventanas. Habrías colocado fotografías como flores por toda la casa.
Habría ya colgado a la entrada un perchero, y el perchero sería verde y tendría
grabado tu nombre.
miércoles, 15 de junio de 2011
María Estela no tiene recuerdos
María Estela no tiene recuerdos. Anda como levitando en una transparencia de horas muertas y esquinas. María Estela bebe lentamente el jugo de naranja todas las mañanas y mira cómo crece, lentamente también, el calor del día que le acaricia la piel debajo de la falda. María Estela enciende el automóvil y avanza hacia donde avanzan todos los seres humanos indirectamente. Se detiene. María Estela mira correr a las hormigas hacia el centro de la tierra y hacia afuera, y hacia adentro, recogiendo aquí y allá pequeñas migajas de colores verde, azul y rojo y amarillo. María Estela sigue caminando, que más preciso es decir que camina a decir que vuelve a coger el automóvil para ir un poco más allá, a mirar a través de una ventana. María Estela percibe el olor del té que se prepara en el nivel de la calle y piensa, por decir algo, en la taza llena de líquido rojo y la mano que no la sostiene ahora. María Estela vuelve como cada noche a su lecho, donde antes de dormir imagina un sueño. María Estela no tiene recuerdos. María Estela tiene que obligarse a imaginar, cada noche, que el sueño que imagina sucedió, o puede suceder todavía.
lunes, 13 de junio de 2011
Salir a cortarme el pelo
El tiempo no pasa, parece quedarse colgado. Primera parte de la espera, segunda parte de la espera. Recuerdo sus palabras, quería estar segura de no dejar pasar la oportunidad de saber, quizá incluso de decir algo. Ahora lo dudo, pero fue dulce, y amargo, y transparente. Cómo no iba a recordarlo si cada vez que salgo de la cama encuentro un par de pantuflas verdes. Creo que lo mejor sería salir a cortarme el pelo, dejar de pensar que esta espera es real, que algo que nada tiene que ver con el paso del tiempo está sucediendo. Quizá no, quizá solamente esté muriendo en silencio, sin esperar a nadie. Como mi abuela, que murió hace dos meses, había estado esperando que dos de sus nietas y una de sus hijas volvieran de un viaje. Me estoy muriendo, nada más las estaba esperando. Morir debe ser aferrarse a la certeza de que estamos aguardando algo que está a punto de suceder. Quizá la llegada de alguien, quizá su regreso.
jueves, 9 de junio de 2011
Con la mano izquierda
La vi doblarse sobre la banca para seguir escribiendo. La paleta del pupitre habría bastado a cualquier diestro, pero ella sostenía tan hermosamente la pluma con la mano izquierda.
miércoles, 8 de junio de 2011
Breve exordio a La historia del día en que tomé jugo de manzana
Especulaciones, lector, esta es una historia hecha de especulaciones. Qué palabras podrían usarse para hablar de algo que no está, algo que ha ido a parar a otra parte. Qué se hace con todas las palabras que ya no sirven para describir mas que pequeñas cosas o sucesos, conjuntos de formas que aquí y allá van haciendo avanzar el tiempo. Qué palabras si todas han perdido el sonido. Esta, lector, es una historia de especulaciones, de cosas que fueron a perderse más allá. La historia de las cosas que volverían pujando entre cicatrices, la historia de las cosas sin nombre que nos esperan junto a la noche. Especulaciones de tiempo y lugar, de lo que haríamos fuera de aquí, del sabor que tendría el jugo de manzana en la boca de un cuerpo húmedo y sin ropa.
martes, 7 de junio de 2011
Con letras como pena
Las cosas de este mundo sin respuesta. Quiero saber si algo queda de la larga cadena de hechos que se han convertido en días y horas y meses y años, pero la voz no aparece al otro lado de la línea. Entonces escribo, con letras como pena, Llamé, quise decir esto y esto otro, quise preguntar por ella, hoy, a esta hora. Aquí dejo las razones para las que no tengo motivos, aquí para que no desaparezcan, para que en el mundo quede registro de que siempre hubo un lugar para esperar, impacientemente, el todavía.
domingo, 5 de junio de 2011
Un momento después
Decirte que también hay días en que estamos a unos segundos de encontrarnos, apenas un momento después de que nuestras manos puedan tocarse, son días en que estamos un paso más allá de lo que a la vista alcanza. En esos días, cuando apenas puedo no hacer nada, también en esos días quiero decirte que sí.
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