miércoles, 15 de junio de 2011

María Estela no tiene recuerdos

María Estela no tiene recuerdos. Anda como levitando en una transparencia de horas muertas y esquinas. María Estela bebe lentamente el jugo de naranja todas las mañanas y mira cómo crece, lentamente también, el calor del día que le acaricia la piel debajo de la falda. María Estela enciende el automóvil y avanza hacia donde avanzan todos los seres humanos indirectamente. Se detiene. María Estela mira correr a las hormigas hacia el centro de la tierra y hacia afuera, y hacia adentro, recogiendo aquí y allá pequeñas migajas de colores verde, azul y rojo y amarillo. María Estela sigue caminando, que más preciso es decir que camina a decir que vuelve a coger el automóvil para ir un poco más allá, a mirar a través de una ventana. María Estela percibe el olor del té que se prepara en el nivel de la calle y piensa, por decir algo, en la taza llena de líquido rojo y la mano que no la sostiene ahora. María Estela vuelve como cada noche a su lecho, donde antes de dormir imagina un sueño. María Estela no tiene recuerdos. María Estela tiene que obligarse a imaginar, cada noche, que el sueño que imagina sucedió, o puede suceder todavía.

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