Salí
a correr y era de noche. Más noche que antes, cuando también corría, esperando
y sin decir palabra. Entonces me dolían las piernas, las rodillas, y paraba. A
esa hora empezaba a amanecer, pero no hacía tanto frío como ahora. Corría
esperando mientras empezaba a amanecer. Hoy salí a correr y era de noche. No
estaba solo. Y la noche se sostuvo a lo largo del camino. Hoy corrí hacia la
noche, sin pensar que nada estaba esperando. Hacia dónde corremos, qué dirección
llevamos. Todos vamos caminando, pero correr es también ir de prisa. Hacia qué
parte andamos tan rápidamente. Entonces corría esperando, con tanta prisa. Hoy
salí a correr. Era de noche. Seguí corriendo hacia la nada.
lunes, 24 de octubre de 2011
lunes, 17 de octubre de 2011
Ha ocurrido un milagro
He
ido al teatro. La fila a la entrada era larga. Hacía frío. Quien está ahora de
pie, ahí, junto al zaguán, esperando que la fila avance, no sabe, no podría
saber, qué cosa a punto de suceder lo aguarda al otro lado de la puerta,
pues puerta es la que se abre ahora hacia un pasillo, y de ahí a una sala que
es a la vez escenario y graderío. Hay una mesa de madera larga, dos paredes,
una viga que cuelga del techo y sostiene cinco o seis bombillas que penden
sobre el escenario. Qué manos agitarán las cuerdas, qué vaivén mecerá estos
cuerpos, qué explosión romperá las junturas de clavos y maderas. Y todo esto,
podrá preguntársenos, tiene un nombre. Basta mirar el programa que nos ha sido
repartido a la entrada. Tiene, Le sang
des promesses. Tiene, Incendios,
Wajdi Mouawad. Tiene palabras, como esta, océano. Como esta otra, polígono.
Tiene nombre, Nawal. Tiene apellido, Marwan.
Hay un testamento, pues ésta es
también una obra de voluntades. Una obra de verdades que no pueden ser dichas
si no son reveladas. Una obra sobre la amistad de dos mujeres, sobre el
amor de una mujer y un hombre. Una obra sobre una promesa. Una
obra sobre una madre y sus dos hijos gemelos. Una obra acerca del
terror de la guerra. Y es más que todo esto. Un viaje, se podría decir, porque
es verdad que en ella viajamos de un lugar a otro, de un tiempo a otro tiempo. Y
es también un viaje distinto, un viaje al interior de cada uno de nosotros, que
somos madre, hermano, amigo, padre, abuelo, hijo al mismo tiempo. En este ir y
venir, en este andar entre lo que es y lo que somos, entre lo que imaginamos y
lo que sentimos mientras estos personajes hablan, en esta alegría o esta
tristeza que nos está siendo revelada mientras vamos dejando de existir como
hasta ahora hemos existido, en todas estas cosas está el teatro. Está en las
lágrimas de sus actores, que aquí han sido contados hasta ocho, y todos han
sabido estremecer tan profunda y humanamente que ninguna flor, así acostumbrada
a ser lanzada en estas ocasiones, sabría agradecerles su trabajo. Aquí ha
sucedido algo excepcional, un corazón ha hablado al oído de otro corazón. Ha ocurrido un milagro, pensé, aquí ha ocurrido un milagro.
viernes, 14 de octubre de 2011
Ahora mientras llora
No tiene nombre, sus manos trabajan y giran y se aferran.
Sonríe tímidamente y cruza las piernas, abraza la taza que tiene entre las
manos y mira por encima del borde con ojos tan abiertos. Llora. Quisiera
tomarle la mano mientras llora, ahora mientras llora y se limpia las lágrimas
con las yemas de los dedos, ahora mientras parpadea, mientras un suave temblor
le acaricia las piernas. Quisiera saber si su mano abrazaría la mía, por unos
segundos, ciegamente, de la misma manera en que abrazaría la mano de un hombre
que llora con ella.
miércoles, 5 de octubre de 2011
Chez le Roi de Pologne
Traje los cuadros. Sé que decirlo es mentira, porque el
primero estaba aquí desde el comienzo, Nada puede contener todo el sol en las
banderas de la primavera invencible, Canto
general, X. El fugitivo, XII, sería un tonto de capirote si no recordara
las imitaciones y las fotografías y los barcos y sus mujeres. El segundo cuadro
tiene tres hombres mirando al cielo que empieza a derramar la lluvia, un
rompecabezas que no es una litografía, Joan Miró, Chez le Roi de Pologne, 1966. Si alguien estuviera aquí, ahora,
sosteniendo entre sus manos la taza blanca, me gustaría decirle que en 1896
Alfred Jarry estrenó su Ubu Roi, que
la obra fue cancelada inmediatamente después de los disturbios ocasionados
durante la primera función, merdre, que exactamente setenta años después,
Miró compuso la serie de litografías Suites
pour Ubu Roi, donde aparece la ya citada Chez le roi de Pologne, pero el cuadro es otro, y para terminar
este rompecabezas hubo que buscar arduamente la última pieza entre los sillones
de la misma sala donde me sentaba a leerle las historias del ingenioso hidalgo
Don Quijote de la Mancha a mi prima, y sus ojos permanecían abiertos mientras
escuchaba, sin entender una palabra, escuchaba con los ojos abiertos, sentada en mi regazo, apoyando su cabeza contra mi pecho. El tercer cuadro aún no
llega, y nada tiene que ver con todo lo que hasta aquí ha sido dicho, es una
fotografía de las manos de una mujer bañadas por el agua de un grifo. La
fotografía es mía. Las manos siempre estuvieron cerca, hasta que un día
desaparecieron.
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