viernes, 2 de marzo de 2012

Entonces debía estar leyendo

Los mismos minutos, las mismas estaciones. Fue entonces, en el tramo entre Álvaro Obregón e Insurgentes, o Chilpancingo, o Sonora. Leía, porque ahora leo y entonces debía estar leyendo, un libro de letras diminutas, que hablaba sobre inválidos mayores y sin esperanza. Leía las primeras páginas, lo que siempre ha sido, des`e que leo, porque ahora leo y entonces debía estar leyendo, una imagen terrible y un tanto ridícula, tomar asiento y abrir el libro en la primera página, debería tomar precauciones, la carcajada acechante de los pasajeros, abrir el libro por el comienzo, como si el tiempo aquí fuera eterno, uno de esos libros largos, interminables, que incluso bajo las mejores circunstancias dejamos a medio leer, cansada la vista, sin atrevernos a tomarlo de nuevo por temor a haber olvidado los nombres y los lugares, irremediablemente indispuestos a volver al inicio del relato. El libro hablaba sobre inválidos mayores y sin esperanza, y he visto la palabra esperanza desprenderse de la boca de alguien, como si estuviera leyéndola en la página de un libro donde pasara desapercibida, porque ahora leo y entonces debía estar leyendo, pero la palabra esperanza me recordó otra imagen y perdí la trama. Deben haber entrado en Sonora, o después, no me di cuenta porque estaba leyendo o pensando en la palabra esperanza. Ella se percató de que estaban ahí, los viejos, a paso cansado, abriéndose camino entre la puerta y los asientos. Siempre es mejor tener alguna excusa para no alzar la vista, el libro por ejemplo, la trama y yo debía estar leyendo, porque ahora leo, o pensando en la palabra esperanza porque no levanté la vista, pero ella debió verlos avanzar, tomados del brazo, ayudándose a no tropezar. Una pareja de viejos intachables, el bigote arreglado, la espalda corva, el pelo cano, las arrugas de la vieja acercándose lentamente, la sonrisa dócil, los ojos claros. Yo sentado a su lado sin darme cuenta de nada hasta verla levantarse cediéndole el lugar a la vieja. Se esfumó la trama o la palabra esperanza y tuve que cerrar el libro, porque ahora leo y entonces debía estar leyendo, y levantarme del asiento para cederle el lugar al viejo. Tomaron nuestros lugares, la vieja el lugar suyo, el viejo el lugar mío. Quedaron los dos inmóviles. Entonces la vieja boca besó la boca del viejo y mi mano, extendida, encontró su mano tibia. Quisiera decir que el libro cayó, agitando entre las páginas la palabra esperanza, porque ahora leo y entonces debía estar leyendo, el libro en mi mano, los viejos sentados, pasó un segundo y las manos se soltaron o imagino que se soltaron porque el libro seguía estando en mi mano. No miró atrás al bajar. Tomé un asiento fuera de la vista de los viejos, abrí el libro otra vez por el comienzo, porque ahora leo y entonces debía estar leyendo.

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