1.
La Plaza de la Constitución
resplandece bajo un sol que cae a plomo. El escenario está montado a un
costado. Nosotros, y pienso quizás en nosotros, nuestros otros que somos cuando
estamos juntos, atravesamos el zócalo una y dos veces para unirnos a la fila
bajo el acuciante sol de mediodía. Entramos en el teatro; gradas, escenario y
proscenio. Tomamos nuestros lugares y, una vez a salvo del sol, esperamos.
Esperamos porque esta es una plaza pública y este un escenario trashumante, así
lo ha decidido la compañía, que llevará la construcción de un lugar a otro para
brindar al público obras como este drama histórico que lleva por nombre La
historia de Enrique IV, Rey de Inglaterra, primera parte, escrito a fines del
siglo XVI.
Y ahora comienza, una vez que han cedido las protestas al otro lado de la
plaza. Músicos, actores, contextos. Falstaff y Hal, príncipe y mendigo o
viceversa. Los actores brotan de entre la gente, que es poca en la arena, de
pie o cruzada de piernas. Una taberna y su posadera. Reyes e intrigas
familiares, alianzas, promesas, traiciones. Marry then, sweet wag, when thou art king,
let not us that are squires of the night's body be called thieves of the day's
beauty. Nada parece
repentino. Y esta obra, pero no este escenario, también cruzará el
Atlántico, será actuada a orillas del Támesis por hombres y mujer de voces
potentísimas que han luchado bajo el sol contra motociclistas indómitos y
manifestantes airados.
Yo pienso que esto es imposible, este teatro anclado a un costado de la plaza,
observado por las campanas de la catedral, rodeado de papalotes en manos de
niños y adultos conmovidos bajo un sol terrible. Esta obra que a nadie interesa
salvo a actores y estudiosos, directores quizá y un puñado de gente. Este siglo
tan distante de aquel otro. El más isabelino entre los isabelinos, su voz
repitiéndose aquí, en esta plaza que todo lo olvidará pronto. Y habla,
conmueve, comparte, arranca carcajadas, abre los ojos de quienes miran el
blandir de las espadas, y gritan y se alegran. Qué tiempo es este colmado de
aplausos sudorosos. Yo pienso que esto es imposible.
2.
Obstinado siempre, de pie
frente a la taquilla del teatro, pedí al vendedor dos entradas. Obstinado
porque nunca había asistido a la danza, y porque podría suceder que el teléfono
sonara y sería mejor tener dos entradas cuando yo dijera, Este día el Ballet
Preljocaj se presenta en el Teatro de la Ciudad, nunca he asistido a un
espectáculo de danza, y ella respondiera, Esto es importante, debemos ir
juntos.
Yo no sé si estas cosas realmente han encontrado, en alguna ocasión, el camino
para llegar a suceder. Mi ignorancia en la materia me llevó, como ya he dicho,
a comprar dos entradas en la taquilla del teatro. El teléfono, con toda
seguridad, no sonó. A última hora, y como era de esperarse, todo mundo estaba
ya comprometido para la noche del espectáculo. Y fue entonces, en el último
minuto de la última hora, esa fracción de tiempo en que las cosas saben resolverse
sólo por arte de magia, que una voz al otro lado de la pantalla respondió
bondadosamente.
Llegamos temprano, nos encontramos en un café y conversamos. ¡No tuvimos reparo
al hablar! Bocajarro, bocapiedra, bocalanzallamas, bocaincendio. ¡La bondadosa
voz al otro lado de la pantalla era bondadosa por hablar conmigo con palabras
libres!
Al sonar la hora entramos al teatro. Las luces se apagaron. Una mujer en agonía
dio a luz a una criatura, y la criatura, en un arrebato de fantasía, se
transformó en una hermosa flor. La flor, a su vez, dio paso a la más bella
Blancanieves que los hermanos Grimm jamás imaginaron; alta, mujer, blanca,
asiática, transparente. La historia siguió, como se sabe, a través de bosques,
palacios y minas. Un corazón y una manzana. Cuerpos en movimiento, aun cuerpos
sin vida, en movimiento. Qué fuerza sabe dar vida a los cuerpos sin vida. Qué
promesas guarda la silenciosa danza de los amantes. Yo no tuve valor para
preguntarlo en voz alta. Nagisa Shirai sonreía, sonreía también la bondadosa
voz, sonreíamos todos nosotros.
3.
En lo alto, dice Andrés, el
buen candidato, cuando describe la cúpula de poderosos hombres que, en la
práctica, llevan las riendas de este país. En lo alto, dice con soltura, sabiendo
que es importante decirlo en medio de este debate, aun si se trata de una
metáfora que nada dice por sí misma, suelta, echada al aire como una piedrecita
de formas bellas, pero con dirección lanzada. Y es cierto que hay una altura,
también llamada con otros nombres bloque, grupo, estado, concentración de las
relaciones de explotación y dominio. Importa, porque aquí hay dos minutos para
llamar la atención sobre un conflicto que daría páginas largas para ser
expuesto. Por eso la metáfora importa. En lo alto.
También hay un tiempo distinto al que marcan las manecillas de los relojes, un
tiempo que se agolpa, se tensiona y se distiende socialmente, momentos que
pueden condensar años de la misma manera en que una metáfora puede condensar un
largo argumento. Importa trazar la línea que separa, divide como todas las
líneas, como las fronteras, y uno puede encontrar bemoles, matices aquí y allá,
pero debe escoger su lugar a algún lado si la línea está trazada. Y esto es
importante decirlo. Por eso lo dice Andrés, aun si por decirlo deja de decir,
quizá, otras palabras, que para eso habrá tiempo y buenos y críticos papeles
preparados por hombres críticos y buenos.
En lo alto, dice Andrés, el buen candidato, mientras dibuja pausadamente la línea.
Y acusa, porque es deber acusar cuando la verdad está siendo oculta, aun si al
acusar hace falta hablar con palabras duras y hablar con metáforas poderosas,
con sorna, decididamente, irrevocablemente, intransigentemente. Hablar
sencillamente como ser humano, con voz de hombre, hablar con convicción
mientras se apunta hacia arriba, hacia lo alto.
4.
La amistad de Emilia es la
más leal de las amistades. Por eso vamos juntos a la ópera La mujer sin sombra,
de Richard Strauss, con libreto de Hugo von Hofmannsthal, que es un bello
monumento a la perseverancia, la del público, que tendrá su recompensa, al
igual que la de Barak, en la obra. Apurados tomamos algo antes de entrar al
teatro. Una vez dentro lanzamos una rápida mirada al foso de la orquesta mientras
los músicos se preparan y ocupamos nuestros asientos en una sala vacía a la
mitad.
Hay un halcón rojo y un emperador, una mujer que fue una gacela y un talismán
perdido. Un plazo a cumplir, un reino más allá del nuestro. A cada intermedio
hay gente que va dejando la sala. Dos amantes se buscan, arrepentidos. Un
encuentro de tesituras que llevan la palabra al aire, dándole cuerpo y rostro.
Al terminar la función, el público arroja aplausos y vivas calurosos a los
cantantes, a los músicos, a los coros y a los directores. Nosotros también
aplaudimos, aunque inexpertos.
La mujer sin sombra se estrenó el 10 de octubre de 1919 en Viena, el mismo año
en que asesinaron a Emiliano Zapata y a Rosa Luxemburgo, el mismo año en que
nacieron Doris Lessing y Chavela Vargas; tardó casi cien años en representarse
en la Ciudad de México. Yo estuve ahí, acompañado por Emilia, la más leal de
las amistades.
5.
Yo soy un autor de teatro de texto, respondió Wajdi Mouawad en alguna entrevista. Un autor de palabras escritas para ser representadas. Hace poco, en el Teatro Benito Juárez de la Ciudad de México asistí a la presentación de Bosques, con inmejorable compañía.
La obra narra el recorrido de Lobo en busca de sus orígenes. Ocho mujeres, sus
promesas, sus amores y su dolor, atraviesan el siglo veinte y derraman sobre el
escenario historias de luz y calor humano. Un alma con dolor de muelas,
verdades que no pueden ser dichas si no son reveladas. Un teatro que habla de
lo humano, lleno de virtud, bello, un teatro que habla al corazón del público,
un teatro de temas tan antiguos como el teatro mismo, temas perennes a pesar de
las circunstancias y, al mismo tiempo, un teatro comprometido con su
época. En un pequeño e íntimo escenario los actores atraviesan un
laberinto de historias. La identidad de los personajes es forjada con sus
promesas. Uno sólo puede ser cuando llega a ser uno mismo, y esa certeza, la de
ser uno mismo, la de tener una historia, un compromiso, una razón, es la
certeza por la que luchan los personajes de esta obra, solidarios algunos,
llenos de arrepentimiento otros, o de ira, capaces de gestos de amor y de odio,
para todos ellos estas palabras de agradecimiento.
Wajdi Mouawad nació en
Líbano en 1968. A los diez años partió con su familia rumbo a Francia y cinco
años después llegó a Canadá, país cuya nacionalidad adoptó y donde cursó
estudios de teatro. Bosques (2006) forma parte de su tetralogía La sangre de
las promesas, que conforman Litoral (1999), Incendios (2003) y Cielos (2009).
En México, diversas obras del autor han sido llevadas al escenario gracias al
dedicado empeño de la compañía Tapioca Inn.
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