miércoles, 16 de mayo de 2012

Cinco notas a cinco siglos que bien podrían ser un día



1.

La Plaza de la Constitución resplandece bajo un sol que cae a plomo. El escenario está montado a un costado. Nosotros, y pienso quizás en nosotros, nuestros otros que somos cuando estamos juntos, atravesamos el zócalo una y dos veces para unirnos a la fila bajo el acuciante sol de mediodía. Entramos en el teatro; gradas, escenario y proscenio. Tomamos nuestros lugares y, una vez a salvo del sol, esperamos. Esperamos porque esta es una plaza pública y este un escenario trashumante, así lo ha decidido la compañía, que llevará la construcción de un lugar a otro para brindar al público obras como este drama histórico que lleva por nombre La historia de Enrique IV, Rey de Inglaterra, primera parte, escrito a fines del siglo XVI.
            Y ahora comienza, una vez que han cedido las protestas al otro lado de la plaza. Músicos, actores, contextos. Falstaff y Hal, príncipe y mendigo o viceversa. Los actores brotan de entre la gente, que es poca en la arena, de pie o cruzada de piernas. Una taberna y su posadera. Reyes e intrigas familiares, alianzas, promesas, traiciones. Marry then, sweet wag, when thou art king, let not us that are squires of the night's body be called thieves of the day's beautyNada parece repentino. Y esta obra, pero no este escenario, también cruzará el Atlántico, será actuada a orillas del Támesis por hombres y mujer de voces potentísimas que han luchado bajo el sol contra motociclistas indómitos y manifestantes airados.
            Yo pienso que esto es imposible, este teatro anclado a un costado de la plaza, observado por las campanas de la catedral, rodeado de papalotes en manos de niños y adultos conmovidos bajo un sol terrible. Esta obra que a nadie interesa salvo a actores y estudiosos, directores quizá y un puñado de gente. Este siglo tan distante de aquel otro. El más isabelino entre los isabelinos, su voz repitiéndose aquí, en esta plaza que todo lo olvidará pronto. Y habla, conmueve, comparte, arranca carcajadas, abre los ojos de quienes miran el blandir de las espadas, y gritan y se alegran. Qué tiempo es este colmado de aplausos sudorosos. Yo pienso que esto es imposible.


2.

Obstinado siempre, de pie frente a la taquilla del teatro, pedí al vendedor dos entradas. Obstinado porque nunca había asistido a la danza, y porque podría suceder que el teléfono sonara y sería mejor tener dos entradas cuando yo dijera, Este día el Ballet Preljocaj se presenta en el Teatro de la Ciudad, nunca he asistido a un espectáculo de danza, y ella respondiera, Esto es importante, debemos ir juntos.
            Yo no sé si estas cosas realmente han encontrado, en alguna ocasión, el camino para llegar a suceder. Mi ignorancia en la materia me llevó, como ya he dicho, a comprar dos entradas en la taquilla del teatro. El teléfono, con toda seguridad, no sonó. A última hora, y como era de esperarse, todo mundo estaba ya comprometido para la noche del espectáculo. Y fue entonces, en el último minuto de la última hora, esa fracción de tiempo en que las cosas saben resolverse sólo por arte de magia, que una voz al otro lado de la pantalla respondió bondadosamente.
            Llegamos temprano, nos encontramos en un café y conversamos. ¡No tuvimos reparo al hablar! Bocajarro, bocapiedra, bocalanzallamas, bocaincendio. ¡La bondadosa voz al otro lado de la pantalla era bondadosa por hablar conmigo con palabras libres!
            Al sonar la hora entramos al teatro. Las luces se apagaron. Una mujer en agonía dio a luz a una criatura, y la criatura, en un arrebato de fantasía, se transformó en una hermosa flor. La flor, a su vez, dio paso a la más bella Blancanieves que los hermanos Grimm jamás imaginaron; alta, mujer, blanca, asiática, transparente. La historia siguió, como se sabe, a través de bosques, palacios y minas. Un corazón y una manzana. Cuerpos en movimiento, aun cuerpos sin vida, en movimiento. Qué fuerza sabe dar vida a los cuerpos sin vida. Qué promesas guarda la silenciosa danza de los amantes. Yo no tuve valor para preguntarlo en voz alta. Nagisa Shirai sonreía, sonreía también la bondadosa voz, sonreíamos todos nosotros.


3.

En lo alto, dice Andrés, el buen candidato, cuando describe la cúpula de poderosos hombres que, en la práctica, llevan las riendas de este país. En lo alto, dice con soltura, sabiendo que es importante decirlo en medio de este debate, aun si se trata de una metáfora que nada dice por sí misma, suelta, echada al aire como una piedrecita de formas bellas, pero con dirección lanzada. Y es cierto que hay una altura, también llamada con otros nombres bloque, grupo, estado, concentración de las relaciones de explotación y dominio. Importa, porque aquí hay dos minutos para llamar la atención sobre un conflicto que daría páginas largas para ser expuesto. Por eso la metáfora importa. En lo alto.
            También hay un tiempo distinto al que marcan las manecillas de los relojes, un tiempo que se agolpa, se tensiona y se distiende socialmente, momentos que pueden condensar años de la misma manera en que una metáfora puede condensar un largo argumento. Importa trazar la línea que separa, divide como todas las líneas, como las fronteras, y uno puede encontrar bemoles, matices aquí y allá, pero debe escoger su lugar a algún lado si la línea está trazada. Y esto es importante decirlo. Por eso lo dice Andrés, aun si por decirlo deja de decir, quizá, otras palabras, que para eso habrá tiempo y buenos y críticos papeles preparados por hombres críticos y buenos.
            En lo alto, dice Andrés, el buen candidato, mientras dibuja pausadamente la línea. Y acusa, porque es deber acusar cuando la verdad está siendo oculta, aun si al acusar hace falta hablar con palabras duras y hablar con metáforas poderosas, con sorna, decididamente, irrevocablemente, intransigentemente. Hablar sencillamente como ser humano, con voz de hombre, hablar con convicción mientras se apunta hacia arriba, hacia lo alto.


4.

La amistad de Emilia es la más leal de las amistades. Por eso vamos juntos a la ópera La mujer sin sombra, de Richard Strauss, con libreto de Hugo von Hofmannsthal, que es un bello monumento a la perseverancia, la del público, que tendrá su recompensa, al igual que la de Barak, en la obra. Apurados tomamos algo antes de entrar al teatro. Una vez dentro lanzamos una rápida mirada al foso de la orquesta mientras los músicos se preparan y ocupamos nuestros asientos en una sala vacía a la mitad.
            Hay un halcón rojo y un emperador, una mujer que fue una gacela y un talismán perdido. Un plazo a cumplir, un reino más allá del nuestro. A cada intermedio hay gente que va dejando la sala. Dos amantes se buscan, arrepentidos. Un encuentro de tesituras que llevan la palabra al aire, dándole cuerpo y rostro. Al terminar la función, el público arroja aplausos y vivas calurosos a los cantantes, a los músicos, a los coros y a los directores. Nosotros también aplaudimos, aunque inexpertos. 
            La mujer sin sombra se estrenó el 10 de octubre de 1919 en Viena, el mismo año en que asesinaron a Emiliano Zapata y a Rosa Luxemburgo, el mismo año en que nacieron Doris Lessing y Chavela Vargas; tardó casi cien años en representarse en la Ciudad de México. Yo estuve ahí, acompañado por Emilia, la más leal de las amistades.

5.


Yo soy un autor de teatro de texto, respondió Wajdi Mouawad en alguna entrevista. Un autor de palabras escritas para ser representadas. Hace poco, en el Teatro Benito Juárez de la Ciudad de México asistí a la presentación de Bosques, con inmejorable compañía.
            La obra narra el recorrido de Lobo en busca de sus orígenes. Ocho mujeres, sus promesas, sus amores y su dolor, atraviesan el siglo veinte y derraman sobre el escenario historias de luz y calor humano. Un alma con dolor de muelas, verdades que no pueden ser dichas si no son reveladas. Un teatro que habla de lo humano, lleno de virtud, bello, un teatro que habla al corazón del público, un teatro de temas tan antiguos como el teatro mismo, temas perennes a pesar de las circunstancias y, al mismo tiempo, un teatro comprometido con su época. En un pequeño e íntimo escenario los actores atraviesan un laberinto de historias. La identidad de los personajes es forjada con sus promesas. Uno sólo puede ser cuando llega a ser uno mismo, y esa certeza, la de ser uno mismo, la de tener una historia, un compromiso, una razón, es la certeza por la que luchan los personajes de esta obra, solidarios algunos, llenos de arrepentimiento otros, o de ira, capaces de gestos de amor y de odio, para todos ellos estas palabras de agradecimiento.

Wajdi Mouawad nació en Líbano en 1968. A los diez años partió con su familia rumbo a Francia y cinco años después llegó a Canadá, país cuya nacionalidad adoptó y donde cursó estudios de teatro. Bosques (2006) forma parte de su tetralogía La sangre de las promesas, que conforman Litoral (1999), Incendios (2003) y Cielos (2009). En México, diversas obras del autor han sido llevadas al escenario gracias al dedicado empeño de la compañía Tapioca Inn.

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